miércoles, 28 de mayo de 2008

ELOGIO DE LA PEREZA EN VERSIÓN ANDALUZA


He tardado mucho en hablar de él, pero de toda mi familia, uno de los personajes literarios que me resultan más atractivos (y creedme que hay muchos) es mi tio Miguel.
Nací en un pueblo andaluz donde, con excepción de los trabajadores del campo, el ideal de vida para las clases acomodadas consistía en no trabajar. No en acumular riquezas ni objetos, sino simple y llanamente en no trabajar. Desgraciadamente, al poco de nacer nuestra generación, la boyante sociedad de consumo (batidora, mesas de formica, grandes frigoríficos, televisión) acabaron con esas formas de vida contemplativas y curiosas, pero no para mi tio Miguel que siguió fiel a su ideal vegetativo.
Hace poco mi tio fue al médico por un desarreglo del riñón. El facultativo le dijo que le daría la baja.
- Pero le advierto, que no podrá usted trabajar en este tiempo.
- Por eso no se preocupe –repuso mi tio- Pregunte usted en todo el pueblo si alguna vez le he quitado yo el jornal a ningún padre de familia.
Y es que Miguel no ha trabajado en toda su vida. Heredó una pequeña propiedad agrícola y una casa. Cuando el campo empezó a perder valor y la sociedad de consumo presionaba, él redujo sus necesidades pero conservó su dolce far niente.
Por la mañana da una vuelta por el pueblo y viene cargado de anécdotas y chascarrillos. Después de comer, él y su mujer, Ángela, se acuestan a dormir una larga siesta en su amplio dormitorio, con las persianas de madera bajadas. Después de algunas horas se despierta y advierte una indecisa claridad.
- Ángela…¿qué es…de día o de noche?
- No lo sé, Miguel.
- ¡Qué felices somos!-responde él.