domingo, 31 de julio de 2011

Elegía al automóvil

El último artículo de esta temporada. Puedes verlo completo en El País Andalucía


El siglo XX se inició con el culto a este magnífico invento. Marinetti escribió que un automóvil rugiente era más bello que la Victoria de Samotracia y compuso la primera oda a un ser mecánico, elevándolo a la categoría de bello objeto del deseo.
El automóvil se convirtió en una metáfora con cientos de significaciones y que concentra su esencia en la idea de la modernidad. Nunca un solo objeto reunió tanto simbolismo, tantas significaciones ocultas: era la expresión de la libertad individual; las alas que le negaron al ser humano para conquistar la tierra; la metáfora de independencia y la demostración del éxito social.
El coche parecía unido, de forma indisoluble, a la expansión de las metrópolis, a la íntima libertad de estar en cualquier lugar, a cualquier hora, dependiendo sólo de la libertad personal. El coche fue el caballo de los habitantes de las ciudades que les permitía galopar por el mundo a lomos de este cómodo milagro de la ingeniería. Con él surgió una nueva pasión por el riesgo, el amor a la velocidad, que todavía atrae -y mata- con sus brillantes luces a los jóvenes de medio mundo.
En una sociedad que aparentemente ha dejado de exhibir pomposamente sus diferencias sociales en el atavío o en las joyas, se ha convertido en el verdadero distintivo de nuestra posición en la escala social. Este milagro de la ingeniería es la joya que, fundamentalmente el público masculino, exhibe como atributo de su poder y como nostalgia de su juventud. No es baladí que la crisis de la cincuentena se acompañe, en sectores pudientes, de la compra de un artilugio potente, brillante y caro: más lejos, más rápido, más solos.
El automóvil es uno de los dioses principales del siglo XX y una de las religiones más caras de la historia. Según el último estudio de consumo de servicios del BBVA, las familias dedican el 30 por ciento de su presupuesto a la compra de automóviles. Una inversión que no sólo se funda en su utilidad o en la falta de servicios públicos de transporte, sino también en el convencimiento de que carecer de este aparato te convertía en una especie de paria social.
Por eso, cuando las directivas obligan a reducir el uso del coche, la reacción de algunos ciudadanos no es exigir mejor transporte público o evaluar sus ventajas, sino que sienten, por esas metáforas perversas, como si le arrancaran parte de su libertad, de su independencia o de su estatus. Todavía adoran los dioses del siglo XX. Por eso, una de las primeras medidas adoptadas por el conservador alcalde de Sevilla ha sido la de derogar un plan que tenía como objetivo reducir el uso del coche en el centro de la ciudad.
Sin embargo, la ecuación automóvil-modernidad, se ha disuelto para siempre. Hoy el coche no es un complemento de la ciudad sino un estorbo, una amenaza, un peligro para la salud y una antigualla. En las mayores metrópolis del mundo el automóvil ha sido seriamente limitado. La mayor parte de los habitantes de Nueva York, los más modernos, vanguardistas y estilosos del mundo, carecen de vehículo y no lo echan de menos. Para eso están las empresas de alquiler cuando desean viajar en coche por el interior de su país.
Es prácticamente imposible rebatir que el uso diario del automóvil en las ciudades es contaminante, derrochador en términos energéticos, insalubre para el ser humano, caro y completamente ineficaz para la movilidad.
Sin embargo, la derecha se aferra a los viejos tiempos como a clavo ardiendo, convencidos de que el medio ambiente es sólo un sinónimo de parques y jardines. También ridiculizaron y obstaculizaron el uso de la bicicleta, cuyos conductores fueron presentados como peligrosos asaltantes de los peatones, a los que limitaban el espacio y la seguridad. Y sin embargo, el coche tiene los días contados y la bicicleta acaba de nacer como signo de identidad de las nuevas ciudades. Aunque con la derogación del plan centro escriban un nuevo poema al automóvil, no dejara de ser una elegía o un epitafio escrito apresuradamente en forma de decreto.

miércoles, 27 de julio de 2011

La mano que aprieta

Puedes consultarlo completo en El País de Andalucía 

Había en Jaén un personaje conocido como “la mano que aprieta” que poseía cientos de locales y viviendas. Por las mañanas se dedicaba personalmente a cobrar los recibos del alquiler  que subía caprichosamente y, al parecer, no tenía miramientos en amenazar a los inquilinos o  poner de patitas en la calle a los que no pagaban aunque se tratara de viudas con hijos.
Los niños le teníamos un terrible miedo, parecido al que profesábamos al hombre del saco, el sacamantecas y otras construcciones terroríficas de nuestra infancia. Era chaparro y coloradote. Siempre pensé que su color se debía al esfuerzo al estrangular a las víctimas. El personaje de Jaén, que había acumulado un inmenso capital aunque vivía casi en la pobreza, murió y sus herederos liquidaron en poco tiempo todo su patrimonio. Sin embargo, nunca pudimos imaginar que la figura de “la mano que aprieta” se multiplicaría por nuestras ciudades y que las escenas de las personas arrancadas de sus viviendas con los enseres en la calle podían ser una realidad del siglo XXI
Ya no está de moda escribir a la manera de Charles Dickens. Es una pena. Aunque sería imposible poner cara a los responsables de esta situación que en el siglo XIX tenían rostro y nombre pero que hoy se  esconden tras siglas, entidades bancarias y empresas de gestión de riesgos. Una parte importante del esfuerzo civilizatorio de los últimos siglos ha sido la de revestir de asepsia los procedimientos más dolorosos. Los verdugos han conseguido no tener que mirar directamente los ojos de las víctimas e incluso permanecer ajenos al daño que producen.
En España, desde el año 2008, se han decretado trescientos cincuenta mil desahucios de viviendas, cuatro veces más que en los periodos anteriores. La mayor parte de los procedimientos se iniciaron por el impago de las hipotecas contratadas y fueron promovidas por las entidades bancarias. En vez de buscar nuevas soluciones a la actual situación se aplican inmisericordemente los reglamentos y las leyes previstas para los tiempos de bonanza económica y las cláusulas leoninas que aparecían en la letra menuda de los contratos hipotecarios. Ya conocen la historia: los bancos sobrevaloraron el valor de la vivienda como anzuelo para captar a los clientes, e incluso les seducían para que incluyeran otros gastos. Aunque ellos mismo hicieron la tasación del valor del inmueble, ahora recurren a la caída en su valor de mercado para que la diferencia la pague el pobre hipotecado. Así se explica que aunque el desahuciado entregue su vivienda, al ser tasada ahora de forma mucho menor, siga debiendo al banco una cantidad astronómica. Ni la mente malvada de “la mano que aprieta” jiennense pudo imaginar un sistema más cruel de extorsión económica. Legal, por supuesto. Completamente inmoral, sin duda.
 Pero nada de esto importa cuando se pone en marcha el infernal mecanismo jurídico: el banco pasa el caso al departamento de impagados, los servicios jurídicos inician el procedimiento, se lleva el caso a los tribunales, se decreta el desahucio y se ejecuta aunque para ello sea necesario llevar más antidisturbios que para una final de la Champion. No suele haber un proceso de negociación, de acuerdo o de revisión de cláusulas. Ninguna institución de las que deberían velar por el derecho constitucional y estatutario a una vivienda digna se personan en el caso y tienden una mano a los ciudadanos afectados. Los derechos, al parecer, se paralizan a la puerta de las instituciones financieras, que argumentan por su parte que si se aprueba el proyecto de dación en pago - o sea suprimir las deudas con la entrega de la vivienda-, arruinarán sus (falsos) activos patrimoniales.
Y para finalizar, un toque absolutamente surrealista: todo esto ocurre en un país que tiene 700.000 viviendas nuevas en stock y varios millones de viviendas vacías. Sucede en un lugar que se proclama una democracia política y social y que escribe en sus textos fundacionales bellas palabras sobre el derecho a una vivienda digna y la protección social. 

sábado, 16 de julio de 2011

Dedicación exclusiva

Puedes consultarlo en la edición original de El País de Andalucía 


En el Congreso de los Diputados solo 33 diputados de 350 tienen dedicación exclusiva, es decir, menos del 10% dedican su tiempo íntegro a la tarea para la que fueron elegidos. Los demás compatibilizan su condición con otros cargos públicos o con actividades privadas como despachos, asesoramientos a empresas u otros. Sin embargo, todos ellos pasaron la criba de la declaración de compatibilidad, que en su inicio estaba pensada sólo para facilitar labores como las de la enseñanza, la creación científica o cultural o colaboraciones con medios. En la comisión que concede estas licencias están presentes todos los grupos políticos y, con alguna excepción notable, siempre han autorizado estas actividades. Hoy por ti, mañana por mí.

No sé si la ciudadanía conoce esta situación o si le parece razonable. En el Parlamento de Andalucía cincuenta diputados de un total de 109, declaran ejercer otras actividades, algunas de escasa importancia pero en más de treinta y cinco casos francamente incompatibles con un desarrollo correcto de su labor. En cualquier trabajo, para cobrar el salario completo es necesaria la dedicación exclusiva en sus horarios, excepto en el Parlamento, donde se permite cobrar las retribuciones totales aunque se alternen con otras actividades.
Treinta y seis diputados andaluces -según los datos todavía no actualizados tras las últimas elecciones- son, a su vez, alcaldes o concejales en sus municipios. Creo que todos, sin excepción, han optado por cobrar del Parlamento de Andalucía sus retribuciones completas, algo que el reglamento, injustamente, permite y que no les priva de cobrar asistencias o dietas en otras instituciones.
En mi opinión existen dos tipos de incompatibilidades diferentes: la de los negocios privados con la representación pública, que debería abordarse seriamente porque facilita el tráfico de influencias y, por otra, una incompatibilidad puramente funcional y horaria. El Parlamento de Andalucía exige la asistencia a plenos y comisiones durante, al menos, cuatro días a la semana, en sesiones extensas ¿Puede un alcalde, especialmente de una gran ciudad, estar fuera de su municipio cuatro días a la semana? Evidentemente no. Asisten a última hora de las sesiones plenarias para cumplir con las votaciones y desatienden completamente las demás tareas, en las que son suplidos por una tropilla de diputados y diputadas que ejercen meritoriamente de todoterreno. En cuanto a la redacción de iniciativas parlamentarias, se delegan en los técnicos o se recurre a las socorridas iniciativas escritas o colectivas que no necesitan la presencia física del diputado.
Esta es la razón por la que, durante años, se ha imposibilitado un control efectivo de actividad individualizada o de asistencia de sus señorías, en contra de todo criterio de transparencia y de evaluación real de sus funciones.
No es la primera vez que se intenta que los diputados tengan una dedicación exclusiva real a esta tarea, que no es solo de representación sino también de redacción de propuestas, elaboración de leyes y de atención a la ciudadanía. En la anterior legislatura fue derrotada la iniciativa, que yo misma presenté en representación de IULVCA, para que las incompatibilidades fuesen reales y se controlasen las faltas.
En un momento en el que urge prestigiar la política y reformar todos los vicios que la alejan de los ciudadanos, es muy oportuno plantear este debate, no para utilizarlo contra esta o aquella fuerza política, sino para mejorar el funcionamiento de las instituciones.
El PP ha reaccionado airadamente, como si se tratara de una medida contra ellos o contra el municipalismo. Una forma curiosa de concebir el Parlamento como una representación territorial y no política que recuerda la democracia orgánica. Sería bueno contemplarlo desde otra óptica: ¿acaso la ciudadanía no tiene derecho a que sus parlamentarios trabajen exclusivamente para ellos? o, desde el ángulo municipal, ¿no tiene derecho la sociedad a que sus alcaldes se dediquen exclusivamente a la gestión de los ayuntamientos?

sábado, 9 de julio de 2011

Let the SOL in

Este es el video que acompaña la declaración de amor del artículo anterior:


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Enamoramiento

Este es el artículo de esta semana que puedes consultar en El País Andalucía 

Me he enamorado perdidamente esta primavera. Cuando menos lo esperaba. Cuando creía que ya conocía lo que la vida podía ofrecerme, de pronto, me he enamorado. Sucedió una tarde de mayo. Fue en plena calle, en una cita casual que no prometía nada sustancialmente nuevo, en una de los centenares de manifestaciones a las que he acudido. Asistía un tanto descreída, acostumbrada ya a la aburrida liturgia en la que se había convertido nuestra protesta, preguntándome cuántos kilómetros habría recorrido a lo largo de mi vida, hasta qué lugar llegaría si sumara, uno tras otro, mis pasos en unas manifestaciones que, en los últimos tiempos, más que reunir esperanzas, aunaban desconsuelos, recuento de sueños rotos y un tibio cariño de caras conocidas.
Sin embargo, aquella tarde fue distinta porque miles de personas desconocidas se agolpaban en el recorrido, porque no había pancartas oficiales con lemas clónicos, ni pegatinas lujosamente serigrafiadas, ni escenario final, ni cortejos partidarios sino sencillos carteles de cartón personalizados donde cada uno había anotado sus pensamientos. Ahí empezó todo.
Vinieron enseguida las acampadas, que no me atreví a visitar, temerosa de que se pudieran sentir incómodos por mi presencia. Pero, como una amante tímida, los seguía en la distancia, pegada a las redes, buscando vídeos, post, tuits, manifiestos y debates.
Mis hermanos y mis sobrinas que nunca han estado en la batalla política me mantienen al corriente, felices de poder enseñar a la que, hasta hace justo dos meses, era la entendida en materia política. Me siento feliz de olvidar mis experiencias, de aprender algo radicalmente nuevo, empezando por un nuevo lenguaje político que no tiene un recetario, ni unos líderes reconocidos, ni una estructura rígida, sino que fluye como el agua para inundar campos secanos y abrir espacios donde antes sólo anidaba la impotencia. Me cuentan las asambleas, las disquisiciones, los problemas y los avances. Como toda enamorada, me interesan los detalles y les pregunto qué decían los mayores, qué hacían los estudiantes, cómo se organizan en las acciones.
En una pequeña asamblea de Granada, la Cartuja, los jóvenes pintan carteles en el suelo mientras que los viejos sentados en los bancos los miran con curiosidad. Ahora han creado un cine de verano, con unas sábanas estiradas y un viejo proyector. Cada vecino lleva su silla y la plaza ha recuperado la vida. Días atrás, hablaban de cómo ayudar a los mayores de su barrio. Algunos jóvenes propusieron subirles las bolsas de la compra por las cuestas de la ciudad y ofrecerles pequeños servicios de reparación y de cuidados. Maravillosas ingenuidades que te conmueven. Cada mañana paran un desahucio, una injusticia: pequeños Robin Hood contra el capital. Sin ningún medio muestran más valentía y determinación que todo el Gobierno junto los escasos días en que recuerdan que son socialistas y no tienen una cita con Botín. En un solo mes han zarandeado todo el escenario político. Ellos apuntan al marco completo del debate porque saben que si no emerge una nueva fuerza que lo cuestione, no será posible ninguna otra política que no sea beneficiar a los mercados. Han contagiado a medio mundo el espíritu de una spanishrevolution pacífica y llena de contenido.
Soy consciente de la cursilería que destila este artículo. Perdonen el azúcar, pero el amor es lo que tiene. Mi entusiasmo no es acrítico pero nunca, en la pequeña historia de la democracia española, ha habido un movimiento tan profundo, tan real, tan capilar como el que ellos representan. Algunos de mis amigos dicen que es un amor que no me conviene, que no es oro todo lo que reluce, que al final te decepcionará, que es mejor que vuelva al camino trillado de la política partidaria donde el amor se extinguió hace mucho tiempo pero que todavía ofrece el atractivo de la tranquilidad. No los escucho. Conecto el ordenador. Veo por enésima vez uno de los vídeos del 15-M titulado Let the Sol in. Somos muchos. No somos nadie. Somos legión. Cruzo los dedos y les pido, por favor, que no desaparezcan de nuestras vidas.

domingo, 3 de julio de 2011

Nortificación

Artículo publicado el 02/07/2011 en El País Andalucía:


No sólo los poetas y los anuncios publicitarios construyen metáforas. La sociedad organiza su visión del mundo en torno a representaciones de un alto valor metafórico. El norte y el sur es una de estas narraciones míticas que conforman nuestra percepción del mundo. Su acomodo a la realidad es muy precario: a fin de cuentas todos somos el sur o el norte de otra ciudad, de otro país o de otro punto geográfico. Aún así, estas dos palabras se llenan de sentidos ocultos con los que interpretamos la vida.
A escala internacional, la distinción norte-sur no es geográfica, sino económica. La línea que nos divide no es el Ecuador, sino una ruta zigzagueante que atraviesa escenarios tan dispares como el Mediterráneo y la frontera mexicana con USA. Arriba, el capitalismo desarrollado, abajo el capitalismo depredador. Una línea que deja sin sur al continente asiático, lo que quizá explique que su pobreza se sitúe al norte.
En nuestro país la división norte-sur ha atravesado nuestra historia. Su línea no ha sido estable ni definida hasta que el modelo de revolución industrial decretó que por debajo de Madrid, todo era sur. Después de eso, nos llovieron con más intensidad los cuentos. Como todos los relatos míticos, los tópicos andaluces son circulares, eternos, cosidos a la piel con etiquetas sin firma.
A veces estos mitos funcionan de manera halagadora y nos hablan de la alegría, la pasión, el arte y el sentido de la fiesta. Con estos mismos conceptos forjan, en su trastienda, los puñales con los que nos acribillan: los inventos de la vagancia, la inestabilidad, la incapacidad organizativa y de la irracionalidad de los andaluces.
En política, cuando el sur desaparece, emergen con asombrosa vitalidad la desigualdad social y los recortes públicos. De forma especial, cuando Andalucía desaparece de la escena política, germina el clasismo más evidente basado en una indemostrable excelencia social del norte de los poderosos frente al sur, de los desposeídos. La nortificación política tiene dos variables dignas de estudio: la fortificación de Madrid, como sede de un estado fuertemente centralizado, o la variable catalana, que reclama un trato privilegiado para sus mermados intereses comerciales e industriales.
No es una confrontación territorial. No nos engañemos. Cuando cualquier insigne político de la derecha catalana arremete contra Andalucía, no pone en la punta de su lanza una crítica razonable a una gestión o a una medida, sino el desprestigio de los de abajo; de un sur que -en su confusión onírica-, cree que mantiene con el sudor de sus impuestos. La última andanada ha sido protagonizada por Durán i Lleida quien ha calificado las becas andaluzas para los jóvenes que abandonaron sus estudios por el boom de la construcción, como "una subvención a los ni-nis" propia del despilfarro de nuestra tierra. Sin embargo, no hay más ni-nis en Andalucía que en Cataluña; ni siquiera recibimos más subvenciones o financiación que las que recibe su territorio. Si ellos han hecho recortes en política sociales es porque su gobierno ha decidido que la igualdad o el buen estado de los servicios públicos no son una prioridad, ¿o es que somos los andaluces los responsables de su crisis, de sus gastos y de sus errores? El insigne político catalán -al que asombrosamente califican de elegante- no hubiese pestañeado si las subvenciones se dirigieran a la enseñanza privada o a otros sectores económicos más poderosos que estos miles de jóvenes a los que se pretende formar para el futuro. Por eso es una pena la nortificación -perdónenme la palabra que pretende ser un cruce semántico entre mortificación y norte- del debate y la desaparición política de Andalucía justo cuando más se necesita una reflexión sobre el modelo social y económico.
A no ser que al final, como escandalosamente apunta la CEOE, la desigualdad social sea una cuestión genética, escrita en nuestra vida con letras indelebles y se proclame el fin de las políticas públicas. Dicen que el sueño de los pobres produce utopías, pero el sueño de los ricos no cesa de generar monstruos.