domingo, 31 de marzo de 2013

PREGUNTAS A DIESTRO Y SINIESTRO



Puedes leerlo completo en El País Andalucía 

   Cuando estudiaba la carrera nos explicaron el realismo como un esfuerzo por dibujar el entramado social bajo un prisma de honradez intelectual. Así, Balzac, tremendamente conservador, hace un relato inmisericorde de las clases ascendentes parisinas o Flaubert, que en su vida real añoraba el pasado nobiliario, nos regaló algunos de los relatos más certeros de los procesos revolucionarios y de la torpe educación sentimental de su tiempo.

   Hoy cualquier atisbo de honradez intelectual es un pasaporte seguro a la exclusión, un ejercicio de alto riesgo por el que puedes ser tachado inmediatamente de servir a unos u otros intereses. Pero la falta de honradez intelectual esteriliza el debate político, cultural o social y acaba con nuestro mayor tesoro: el espíritu crítico.

   La honradez intelectual no implica no tener ideología y defenderla incluso con pasión. Significa reconocer la verdad, o al menos no retorcerla. Supone tener comportamientos parecidos en situaciones similares y ser capaces de aplicar principios universales que no estén sujetos a la conveniencia particular.
La falta de honradez intelectual es realmente desalentadora, nos hace mover la cabeza, y exclamar “no es eso, no es eso” aunque no tengamos una orilla a la que amarrarnos.

   Esta semana algunos medios han utilizado la figura del presidente de la Junta de Andalucía como portada de sus ediciones bajo títulos penalmente acusadores. Si según estos medios el presidente Griñán es responsable de la trama de los ERE, incluso sin estar en la Junta de Andalucía durante gran parte de estas ilegalidades, ¿qué tendríamos que decir de Mariano Rajoy o de José María Aznar, que sí que fueron responsables del PP durante todo el periodo de la trama Gürtel y del caso Bárcenas? ¿Dónde están las portadas similares, exigiendo responsabilidades de estos presidentes? Las posiciones ideológicas de las empresas editoras, legítimas e incluso necesarias, deberían tener ciertos límites morales.

   La honradez intelectual nos dice que todos los acusados en los casos de corrupción deben ser tratados de igual forma, independientemente del juez asignado al caso. Si realmente esto es así, en uno o en otro lugar tiene que haber un grave error de instrucción. Si lo adecuado es dictar prisión provisional para los imputados en los delitos de corrupción ¿por qué se pasean a cuerpo gentil personas como Luis Bárcenas, Jaume Matas, Carlos Fabra, Iñaki Urdangarin… acaso no hay indicios suficientes de enriquecimiento personal?¿Es que tienen más caché que los corruptos del sur? ¿Por qué en la trama Gürtel hay tan pocos imputados y ninguna nueva resolución de prisión?

   ¿Si en el caso de Andalucía, el foco de corrupción estaba asentado en la Consejería de Empleo, por qué la juez imputa a uno de sus titulares y al otro no? ¿Es cierto que esta irregularidad responde al deseo de la juez de no perder el caso porque inmediatamente escaparía a su jurisdicción? ¿Es justa y ecuánime esta situación? Y para no dejar palo por tocar: ¿Por qué el PSOE abortó las conclusiones de la comisión de investigación en el Parlamento andaluz cuando se negó a reconocer responsabilidad política alguna de este mismo consejero?

    Si los procedimientos de la juez Alaya son los mejores, aplaudidos ampliamente por el sector político y mediático de la derecha, y escasamente comentados por el resto de los medios, ¿por qué no se utilizan mecanismos parecidos en el resto de los casos de corrupción, iguales fianzas, entradas en prisión o redadas policiales?

    Si la justicia es igual, la imparta el magistrado que la imparta, ¿por qué existe esa pelea judicial? ¿Por qué cada uno de los sectores imputados se inclina por un juez? ¿Qué más da que la instrucción de estos casos la haga la juez Alaya o la juez Ana Curra, el juez Gómez Bermúdez, Pablo Ruz o Baltasar Garzón? ¿O es que no es lo mismo? Solo citar este último nombre ya nos descorazona. Es muy doloroso constatar que el único procesado y condenado por la trama Gürtel se llama Baltasar Garzón.

domingo, 24 de marzo de 2013

AY YOLANDA, DOBLEMENTE ASESINADA


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   Quizás ya nunca se escriba su historia. O esta es nuestra particular forma de escribirla, haciendo que ganen los malos, que cunda el olvido, que la apatía acune nuestras conciencias. Y si se escribe la verdad, no se leerá. Y si se lee no se entenderá porque en los últimos treinta años nos han contado el cuento de que la democracia en nuestro país la trajo la Casa Real y un grupo de señores muy serios que se pusieron de acuerdo un buen día para redactar una constitución.

   Pero no fueron ellos los que escribieron la historia, sino miles de jóvenes estudiantes y de obreros enamorados de la libertad. Como en el poema de Paul Éluard, escribíamos su nombre en los cuadernos escolares, en la música que entonábamos, sobre las coronas de los reyes. La escribíamos en las paredes, desnuda de sintaxis, un grito mudo a veces tiroteado en la noche, fusilado al amanecer, secuestrado y nunca liquidado, aunque Yolanda muriese, aunque sus verdugos paseen su impunidad por nuestras vidas… J’écris ton nom. (Escribo tu nombre)

   El que disparó dos tiros a Yolanda, el que ordenó un tiro de gracia, trabaja ahora para el Estado, en misiones delicadas de seguridad y protección. ¡Ay, Yolanda, doblemente asesinada, bajo el decreto del olvido, bajo el silencio impuesto a nuestra historia!

   No es memoria histórica lo que falta, sino conciencia histórica. Yolanda, secuestrada y asesinada, Caparrós tiroteado en la gran manifestación andaluza del 4 de diciembre, Javier Verdejo, asesinado mientras escribía una pintada en los muros de Almería… Los miles de jóvenes y trabajadores que lucharon por la libertad no quieren una placa, un libro, un recuerdo, un monolito olvidado en la esquina de las ciudades. Aspiraban a convertirse en conciencia viva, en ansías de libertad, en viento fresco que borrase los vicios mentales de la dictadura, que aún siguen vivos.

   No son nombres para invocar en secreto, en círculos minoritarios, en libros especializados en nuestra transición. Deberían ser parte de nuestra mejor historia, fundadores de la democracia, creadores de nuevos tiempos.

   Pero en España, como dijo el poeta, no hay más historia que la que nos derrota. Los nombres de nuestros verdaderos héroes yacen bajo la arena de la playa. De vez en cuando un cineasta, un escritor, un historiador los rescata. Pero la historia con mayúsculas se la apropian los que nunca han escrito en las calles la palabra libertad, los que ponían límites a sus demandas, los que temían en secreto su triunfo.

   Lo verdaderamente malo no es que hayamos olvidado sus nombres, es que la vieja cultura de la dictadura se calzó los zapatos de la democracia y perpetuó sus viejos vicios, privó a la democracia de su limpieza fundacional, de su esperanza en el futuro de la humanidad y nos dejó como equipaje un decálogo de maldades con las que convivimos a diario.

   Lo peor de lo que ahora nos ocurre no es fruto de la democracia, sino producto de la herencia de la dictadura: el clientelismo en la vida social y laboral; la falta de transparencia de todos los poderes; el desprecio a las finanzas públicas; el menosprecio de la ciencia y de la cultura; el desprestigio de la educación; la reverencia al poder y al dinero; el temor a la innovación; la no existencia del concepto de ciudadanía; la desigualdad de trato ante la justicia y una particular alergia a la participación política. Como colofón de este plato, la guinda que todo pensamiento antidemocrático exige: la desconfianza absoluta hacia la bondad, la necesidad de derribar el prestigio de las personas buenas, honestas y generosas.

   Y por eso andamos así, sin saber a qué aferrarnos, con la pesada carga de una historia de vencedores y vencidos; sin estrellas a las que mirar; sin nuestros Lincoln, Luther King, Rosa Parks o Roosevelt.
Sin historias de superación porque la desconfianza en la bondad derriba todas las referencias. Aún así, como decía Éluard: “Sobre la esperanza sin recuerdos y por el poder de una palabra…reinicio mi vida. Libertad”.

domingo, 17 de marzo de 2013

NO LO CUENTES: ESCRÍBELO EN EL BOJA


 
 .Puedes leerlo completo en El País de Andalucía

 Si la democracia española tuviera cara estaría roja de vergüenza por lo que ocurre en nuestro país. Ha tenido que llegar una sentencia del Tribunal Superior de Justicia europeo para que se haga público lo que toda la ciudadanía sabíamos: que las leyes que se aplican en los desahucios son un abuso y una injusticia.

    Hace apenas seis meses, un grupo de magistrados elaboró un informe para el Consejo General del Poder Judicial sobre los desahucios que exponía a las claras la sinrazón de estos procedimientos. Afirmaban los magistrados que algunas de las leyes que se aplican se redactaron en 1909, que el procedimiento carece de garantías para el consumidor y que convierte a los jueces en cobradores del frac al servicio de las entidades financieras. El CGPJ no desaprovechó la ocasión de demostrar su falta de independencia y ecuanimidad y, en vez de requerir una reforma legal en profundidad, restó importancia a sus conclusiones y enterró el informe en los cajones donde duermen todas las esperanzas de justicia.

   Si la democracia española tuviera rostro, se pondría roja de indignación al comprobar que el Gobierno no se inmuta ante la sentencia e incluso afirma que avala su intención de modificar las normativa actual, pero que es necesario ser cuidadoso para no alarmar al sector financiero. Si en Andalucía de verdad existe un Gobierno con sensibilidad y políticas distintas a las practicadas por el Gobierno central, ahora es el momento de los hechos, no de las palabras ni las confrontaciones inútiles. Cuando nuestros gobernantes proclaman que tienen en el Estatuto de Autonomía una hoja de ruta para la acción, es el momento de exigirles que hagan uso de este instrumento y no lo saquen de paseo cada 28 de febrero como si fuera la procesión de la Macarena.

   Andalucía, según el artículo 58 del Estatuto, tiene competencias exclusivas en materia de defensa de los derechos de los consumidores. Nada impide a la Junta de Andalucía ejercer una eficaz protección de estos derechos en el caso sangrante de los desahucios de forma directa, evitando los abusos y tomando parte en las causas cuando así se determine.

   Hay, además, muchos casos en los que la aplicación de los desahucios atenta contra los derechos de protección de colectivos especialmente vulnerables. El Estatuto de Autonomía establece en su artículo 18 una protección y atención integral a los menores de edad y obliga a los poderes públicos a velar por su bienestar y seguridad. ¿Se puede, con el Estatuto en la mano, desalojar de sus viviendas, sus habitaciones, su entorno a miles de menores de edad en nuestra tierra? En los casos de desahucios que conozco los menores sufren de forma terrible este exilio familiar, se resienten sus estudios y se producen numerosos cuadros de depresión y angustia.

   En un caso parecido están los desahucios de personas mayores, las personas con discapacidad y las mujeres afectadas por violencia de género para los que nuestro Estatuto establece la obligación de los poderes públicos de velar especialmente por su bienestar y su autonomía personal. Con el simple desarrollo de estos artículos se conseguirían frenar el 70% de los desahucios en nuestra comunidad.
Finalmente, en aplicación del Estatuto, que convierte en derecho subjetivo el derecho a una vivienda digna, sería posible prorrogar cualquier desahucio hasta tanto las personas afectadas no dispongan de una vivienda alternativa bien a través de la ayuda pública o del alquiler social.

   Si el Tribunal de Justicia Europeo ha puesto patas arriba la legislación española basándose solo y exclusivamente en los derechos que nos asisten como consumidores, la actual situación puede ser impugnada por instituciones con competencias en materias afectadas como es, en este caso, la comunidad autónoma de Andalucía.

  Por eso, lo que tengan que decirnos los gobernantes andaluces, que no lo hagan en rimbombantes ruedas de prensa y en papel de colorines sino en las monocromáticas páginas del BOJA. El único riesgo: un recurso de competencias con el Gobierno central que será bienvenido si el objetivo es proteger, de verdad, el interés general.

NO SEAMOS HIPÓCRITAS: LO SABÍAMOS


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   Perdonen que contemple con escepticismo el arrebato ético en el que ha entrado la sociedad española. Es verdad que la crisis y los recortes aumentan nuestra indignación contra los casos de corrupción, pero no deberíamos convertir la honradez y la ética en principios solo válidos para los tiempos malos y olvidarnos de ellos cuando el dinero circula.

   De repente este país ha descubierto la corrupción que practican algunos políticos y empresarios; ha comprobado que miembros o aledaños de la familia real trajinan con sus influencias para conseguir beneficios; que los paraísos fiscales no son un lugar de cuentos infantiles sino la cueva de Alí Babá donde los corruptos y traficantes guardan sus posesiones. ¡Venga ya!

   Ahora que el dinero no fluye, que las ganancias se estancan, que nadie espera que caiga del festín de los poderosos su pedacito de pastel es muy fácil levantar la voz, alzar el dedo acusador, rasgarse las vestiduras por lo que ocurre, pero durante demasiado tiempo el aroma de la corrupción ha sido el perfume de este país ¿o es que acaso no lo notabais?

   Durante años he tenido oportunidad de viajar por toda Andalucía, reunirme en cientos de ocasiones con grupos de ciudadanos, especialmente jóvenes y profesionales, que denunciaban en sus localidades atropellos urbanísticos, mordidas institucionales, proyectos que avanzaban al son de la compra de voluntades, patrimonios inauditos de próceres y de determinados empresarios. Grupos de personas honradas que denunciaban la corrupción en Alhaurín el Grande, en Ronda, en San Roque, en Roquetas, en Manilva, en Marbella… El resultado de sus esfuerzos no puede ser más descorazonador. En la mayoría de los casos se vieron aislados, desacreditados o perseguidos y, cuando algunos de ellos decidieron presentarse a las elecciones, fueron derrotados a manos de sus propios convecinos que votaron, mayoritariamente, a gobernantes corruptos.

   He visto a alcaldes honestos zarandeados por la ola del ladrillo y no solo por la fuerte presión de los empresarios sino también por la de los vecinos que exigían más y más construcciones en su localidad. Hemos visto a algunos cargos públicos ser “absueltos por el pueblo” con mayorías absolutas mientras otros alcaldes y alcaldesas perdían las elecciones por mantener un criterio razonable de conservación medioambiental y de desarrollo racional de su ciudad.

   ¿Y qué decir de una parte de nuestro sector privado, de sus tejemanejes financieros, de sus robos a la hacienda pública, en un país en el que defraudar a la cosa pública era una señal de mérito y de inteligencia? La mayoría inclinaba su cabeza ante el poder del dinero que nos hace tan simpáticos y atractivos. La riqueza es un pasaporte tan seguro a la impunidad que en este país no hay ni un solo preso por delito fiscal.

   Jaume Matas, preguntado por el caso Nóos declaraba: “Con cualquier otro hubiera habido concurso público pero se trataba del duque de Palma. Todos hubiesen hecho lo mismo” Y lo malo es que era verdad. ¿Acaso se levantaron en un día los palacetes, se ocultaron los eventos de la alta sociedad en Mallorca o en Puerto Banús? Y en el asunto de la Casa Real, ¿quién ejercía esa censura que ha permitido que fuesen asuntos tabú sus andanzas, sus negocios, su patrimonio? ¿Quién nos dice que no nos volveremos a rendir al tintineo del dinero cuando se acaba de anunciar que el casino Eurovegas de Madrid no tendrá que cumplir la legislación laboral, fiscal ni sanitaria? 

   No se trata de diluir responsabilidades ni de restarle un ápice de responsabilidad a estos delincuentes, pero reconozcan que el clima moral y el culto a la riqueza les ha facilitado sus desmanes. Perdonen, por tanto, que sea escéptica ante este arrebato ético si no va acompañado de una nueva conciencia ciudadana, de una ética colectiva que condene las ganancias ilícitas. Si no es así, este caudal de indignación será solo un arrebato que desaparezca en cuanto el dinero empiece a tintinear de nuevo en nuestros bolsillos.

lunes, 4 de marzo de 2013

NO ESTÁS SOLO




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    Entre el despiste y la miopía tardé varios minutos en localizarlos en el interior de la iglesia. El recinto estaba abarrotado y una multitud se congregaba en la plaza cercana. Estaban apiñados en un lateral, todos juntos, como una delegación con bandera propia. Los acompañaban varios profesores en ese estado de alerta que imprime la profesión y que les permite dominar el campo de visión de un gran angular.

    Los jóvenes observaban desde el lateral de la iglesia el desarrollo de la ceremonia. Enmudecieron con la llegada del féretro y se concentraron en el rostro lloroso de su compañero de curso que parecía haberse hecho mayor de un solo golpe. Muchos de ellos lo habían acompañado en la búsqueda esperanzada de su hermana los últimos días. Habían recorrido con él las calles colocando carteles de búsqueda. Habían charlado con cientos de vecinos que se aprestaban a colocar los pasquines en sus tiendas, en las paredes de su casa o en cualquier lugar visible. En solo un día los comercios, los talleres, las casas y los árboles del pueblo se llenaron de pequeños carteles con la joven, aún sonriente. Personas a las que no conocían les daban palabras de ánimo y esperanza de una pronta solución.

    A ratos, durante la ceremonia, lloraban al son de los sentimientos de su compañero. Se me pasa por la cabeza que solo los jóvenes lloran de verdad por los demás. El resto mezclamos nuestros propios miedos, nuestro papel en la cadena de la vida, el desconsuelo propio con las lágrimas. Al minuto siguiente son capaces de reír sin el menor pudor, ante la mirada reprobadora del profesor que clava sus ojos como alfileres sobre mariposas inquietas.
    
    Resulta casi imposible reconocer en ese joven destrozado por el dolor, al compañero de curso más alegre de todo el instituto, forofo del Betis, virtuoso de las redes sociales, creador de envidiables páginas web, pero ahí está erguido en la primera fila, sacudido a veces por un llanto irreprimible que todos quisieran consolar.

    Cuando acaba la ceremonia religiosa y comienza el desfile interminable del pésame, los estudiantes se apresuran a formar un grupo compacto y avanzan decididos hacia su compañero. Lo rodean y, como si fuesen un cuerpo compacto, una ameba gigantesca, se lo llevan al exterior. No sé dónde han aprendido el arte del consuelo, pero lo hacen con maestría. Avanzan por el centro de la calle como una manifestación espontánea. En el interior del grupo, llevan a su compañero al que abrazan, toquetean y sonríen.
Les pregunto dónde se dirigen y me contestan que al instituto. A charlar un rato, a estar juntos, a distraerlo un poco. Desde ese momento, no lo han abandonado ni un solo instante. El compañerismo, la lealtad, la sabiduría, se escribe con la letra de adolescentes de 15 años. Para este largo puente han organizado espontáneamente una cadena de compañía, de actividades, de remedios contra el dolor.

    Todo esto sucede en el pueblo sevillano de Coria del Río que es como era Andalucía hace 20 años, antes de que nos fragmentaran las urbanizaciones, el apartheid económico y el consumo solitario. Un lugar donde la vida en común tiene aún sentido, donde los problemas y las alegrías ajenas forman parte de tu vida. Una sociedad que valora el espacio común y no convierte el tiempo libre en consumo puro y en exhibición individual; una Andalucía que coloca los valores de la sociabilidad en primer lugar; que maneja las redes sociales mucho antes de la invención de Internet; un lugar donde hasta los niños tienen su agenda propia, sus calles, sus amistades no prefabricadas, clónicos de sí mismos, diseñados para la competencia y la soledad.
Ahora que ha fracasado el modelo de la codicia, que no sabemos a qué clavo agarrarnos, qué salvavidas abordar, quizá nuestra vieja cultura contenga algunas respuestas. Si nos desembarazamos de nuestras viejas enfermedades, el conformismo y el fatalismo, nos queda un caudal de cooperación, de autoorganización social, de trabajo en red y de creatividad para diseñar tiempos realmente mejores.